He estado siempre lidiando con las consecuencias de haber nacido mujer en un pequeño pueblo de Creta, con un padre silente, autoritario, torpe y frágil a la vez en mis ojos.

Cuando yo tenía 20 años, él murió por accidente cayendo de un acantilado y perdiéndose en el mar. Nunca pude hablar con él.

Pasaron años desde que dejé la isla, y un día recibí un inesperado mensaje de un desconocido llamado Ernesto: «Te escribo porque, en el problema de la violencia familiar, siempre hay dos partes: la víctima y el maltratador. Yo soy ese último». Ernesto con esta declaración, será el único hombre que yo haya conocido, que se llama a sí mismo abiertamente maltratador.

Me explica que ha escrito una autobiografía y quiere que le ayude a convertirla en película. Cree que su voz autocrítica ayudará a otros a superar los celos y la rabia. Sus intenciones me resuenan. Decido ir a su encuentro en Tenerife, esta otra isla, tan diferente y tan familiar.

Pero ¿Quién es Ernesto para mí y qué desenlazan sus confesiones?